Hay un mundo que desaparece, mientras otro se concentra, se atomiza

LA ESTACIÓN ABANDONADA

Hay un mundo que desaparece, mientras otro se concentra, se atomiza, nos peleamos por el espacio, habitando lugares donde el precio de ese metro cuadrado es tan exorbitante, tener una vivienda con 30 metros antes, parecía una cárcel, ahora es todo un lujo en esas grandes vías de la ciudad.  Las condiciones de vida, las ofertas de trabajo, han pasado de ese mundo que se apaga a otro que no para de crecer y todo se concentra, al calor de los servicios, el dinero y el poder. 

LA ESTACIÓN ABANDONADA
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La estación abandonada

LA ESTACIÓN ABANDONADA

Por allí, avanza el matorral bajo y la hierba, esa grama gorda que resiste la sequía, aunque poco a poco va amarilleando y la vez escondiendo las vías del tren, las traviesas ya no están, fueron arrancadas para calentar algunas casas en los duros inviernos.

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La estación hace muchos años que no recibe, ni trenes, ni pasajeros, ni siquiera alguna mercancía, el mundo se paró en esa zona hace mucho tiempo.  El pueblo se fue apagando, según sus hijos se iban marchando, detrás del brillo de las luces y del ruido de la ciudad, el pueblo dormitaba con sus ancianos, “los últimos mohicanos” de lugar, y cómo diría Gabriel García Márquez, “ya no tiene quien les escriba”. Hoy todo es a través de un móvil que ni saben, ni quieren manejar.

Es la imagen de la soledad no deseada y del olvido de las instituciones, donde sus dirigentes, no tienen votos que rascar. Allá donde el silencio se respira, sólo algunas veces apenas roto, por los ladrillos de un cachorro en busca de su madre, que pronto se apagan. Da la sensación de que el tiempo avanza más lentamente, las horas tienen más minutos y, sin embargo, los pocos habitantes que quedan, muchos más años.

En aquella estación hay cuatro pintadas de dudoso gusto por la gramática, medio descoloridas, aunque todavía se pueden leer los gritos de desahogo: “putos capitalistas”, “Esos hp nos mataron en vida” “nos haveis robado el trabajo”...  Por el tejado medio derruido  asoman las ramas de una encina, que vaya a saber cómo fue a nacer allí, e incluso por las ventanas salían las zarzas, devorando hasta los recuerdos de un tiempo mejor.

Fue hace muchas décadas, cuando los que toman las decisiones desde la gran capital, decidieron que no era rentable, desviaron la línea y aunque hubo unas protestas, por aquellos tiempos no había fuerza suficiente,  hasta los más bravos se cansaron y marcharon, la rentabilidad económica parece lo único importe y, por la que se miden hasta los servicios básicos.

Fui a parar allí por pura casualidad, siguiendo un viejo mapa de senderos y caminos públicos, hoy poco transitados o ya perdidos. Les pasa como a la olvidada estación, sendero es cuando alguien con sus huellas abre camino, pero ya nadie anda por ellos, en muchos casos se van cerrando y al final simple desaparecen. Ya no hay ni quien reclame esas servidumbres de paso, ni esos caminos públicos, te mueves entre la tristeza y la melancolía de esos parajes abandonos, se pierden hasta la huella de tiempos pasados que fueron más brillantes, hoy ya son durmientes.

Hay un mundo que desaparece, mientras otro se concentra, se atomiza, nos peleamos por el espacio, habitando lugares donde el precio de ese metro cuadrado es tan exorbitante, tener una vivienda con 30 metros antes, parecía una cárcel, ahora es todo un lujo en esas grandes vías de la ciudad.  Las condiciones de vida, las ofertas de trabajo, han pasado de ese mundo que se apaga a otro que no para de crecer y todo se concentra, al calor de los servicios, el dinero y el poder. 

Actualmente, entre las seis grandes ciudades de este país y sus alrededores vivimos el 80% de la población, ocupando menos del 5% del territorio. Mucho se habla de cambio climático, del calentamiento global, de las bondades del campo, de lo necesario que es el sector agrario y ganadero, de recuperar ese patrimonio perdido, las tradiciones, trabajos artesanales, pero esas aldeas, pueblos, comarcas, siguen desapareciendo en la llamada España despoblada y olvidada. 

Ya los poetas del 98 nos hablaban de esa Castilla herida y polvorienta, nos llenaron  de hermosas palabras y poemas, lo que antes estaba lleno de vida. Ellos también sentían un gran interés por estos pueblos abandonados, por sus caminos y posadas, por lenguaje directo espontáneo, pasan los siglos y seguimos cantando lo que se nos fue, lo que entre todos hemos ido destruyendo, aquello de “cuanto desertor del arado”.

Allí sigue la vieja estación abandonada, como un monumento al despropósito, que la naturaleza quiere tapar lo antes posible, para ahorrarnos la vergüenza de ver que hay un mundo que como nos era rentable lo hemos ido destruyendo y a la vez seguimos añorando.

Ese abandono, esa soledad, esa sociedad que ya no te mira, que ya no te ve, cuánto parecido tiene con el tramo final de nuestras vidas.

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